Thursday, November 24, 2016

El Papa Francisco concede a todos los sacerdotes la facultad de absolver del pecado del aborto de forma permanente

Aunque el Papa cerró el domingo la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, no quiere que el Jubileo de la Misericordia (2016) se convierta en un recuerdo del pasado o en mera «teoría de la misericordia». A lo largo de estos meses, Francisco ha puesto en marcha normas muy importantes que detalla en su carta a los católicos «La Miserable y la Misericordia».

Por ejemplo, autoriza a todos los sacerdotes a absolver del pecado de aborto a quienes se confiesen de haberlo procurado, desde el personal médico hasta los padres del bebé. Hasta ahora sólo podía hacerlo el obispo, precisamente para subrayar la gravedad de ese pecado.

«Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente», explica el Papa. «Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre», añade.

La idea de Francisco es que quien se acerca a una iglesia para reconciliarse con Dios, no se encuentre con ningún tipo de trabas en el confesionario.

Misioneros de la misericordia

Por eso también ha prorrogado indefinidamente el trabajo de los mil «misioneros de la misericordia» que pueden perdonar los cinco pecados reservados a la Sede Apostólica. Se trata de:

• la violación del secreto de confesión
• la ordenación de obispos sin la aprobación del Papa
• la complicidad de sacerdotes que propongan relaciones sexuales a otra persona y luego la confiesen de ese pecado
• la profanación de la Eucaristía
• la violencia contra el Papa

La petición central del Papa a los sacerdotes y a los laicos es que ayuden a «que cada uno, sin excluir a nadie, sin importar la situación que viva, pueda sentirse acogido por Dios, participar activamente en la vida de la comunidad y ser admitido en ese Pueblo de Dios que, sin descanso, camina hacia la plenitud del reino de Dios, reino de justicia, de amor, de perdón y de misericordia».

Cultura de la misericordia

La otra cara de la misericordia que propone el nuevo documento es la lucha contra la indiferencia ante el sufrimiento de las personas. El Papa recuerda cómo las personas cambian y son más felices cuando ayudan a otras, y evoca los «gestos concretos de bondad y ternura» que ha visto en decenas de voluntarios y voluntarias en sus visitas de este año.

«Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos», explica el Papa en su nueva carta.

Francisco pide a todos los católicos «imaginación e inteligencia» para «restituir la dignidad a las personas y que tengan una vida más humana». Se trata de quienes experimentan el drama de «no tener trabajo y no recibir un salario justo; no tener una casa o una tierra donde habitar; ser discriminados por la fe, la raza, la condición social», concreta. También habla de quienes padecen hambre, se ven obligados a emigrar, cumplen condena en situaciones inhumanas o no tienen acceso a la educación.

Jornada mundial de los pobres

La última medida es la institución de una Jornada mundial de los pobres, que celebrará la Iglesia cada año en noviembre, el domingo antes de la fiesta de Cristo Rey. «Ayudará a reflexionar sobre cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y que mientras haya un pobre en la puerta de nuestra casa no podrá haber justicia ni paz social».

«En una cultura frecuentemente dominada por la técnica, se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas», escribe. «El futuro parece estar en manos de la incertidumbre que impide tener estabilidad. De ahí surgen a menudo sentimientos de melancolía, tristeza y aburrimiento que lentamente pueden conducir a la desesperación. Se necesitan testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales. El vacío profundo de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella», añade.

Francisco firmó la carta tras cerrar la Puerta Santa y la entregó personalmente al cardenal Luis Antonio Tagle, a una familia, a una pareja de novios y a dos enfermos.

El texto retoma y desarrolla de un modo muy original y optimista la línea de los tres grandes documentos del pontificado de Francisco, «La alegría del Evangelio», «La Alegría del Amor» y la «Laudato si'». Quienes imaginaban que el Jubileo era un paréntesis casual en el pontificado de Francisco, se equivocaban.

La Carta «Misericordia et Misera» explicada en 8 elementos clave

1. La misericordia es concreta y cambia vidas:

”La misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida”, afirma el texto.

Francisco usa la frase de San Agustín que describe el encuentro entre Jesús y la pecadora que iba a ser lapidada con la frase “la misericordia y la mísera”.

“No se encuentran el pecado y el juicio en abstracto, sino una pecadora y el Salvador”, explica el Papa. “No aparece la ley y la justicia legal, sino el amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona, para comprender su deseo más recóndito, y que debe tener el primado sobre todo”.

2. La confesión es poderosa: no se deben poner límites a la misericordia de Dios:

“No existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina”, escribe el Papa.

“Hay un valor propedéutico en la ley cuyo fin es la caridad. El cristiano está llamado a vivir la novedad del Evangelio, «la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús». Incluso en los casos más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de la gracia divina. Nosotros, confesores, somos testigos de tantas conversiones que suceden delante de nuestros ojos. No arruinemos esas ocasiones con comportamientos que contradigan la experiencia de la misericordia que se busca. Ayudemos, más bien, a iluminar el ámbito de la conciencia personal con el amor infinito de Dios”.

3. Hay que preparar las homilías, y potenciar la Biblia con un Domingo de la Palabra

Francisco afirma: “Qué importante es la homilía, en la que «la verdad va de la mano de la belleza y del bien», para que el corazón de los creyentes vibre ante la grandeza de la misericordia. Recomiendo mucho la preparación de la homilía y el cuidado de la predicación. Ella será tanto más fructuosa, cuanto más haya experimentado el sacerdote en sí mismo la bondad misericordiosa del Señor”.

Sobre la Palabra de Dios pide un domingo al año en que se celebre de manera especial. “Sería oportuno que cada comunidad, en un domingo del Año litúrgico, renovase su compromiso en favor de la difusión, conocimiento y profundización de la Sagrada Escritura: un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo. Habría que enriquecer ese momento con iniciativas creativas, que animen a los creyentes a ser instrumentos vivos de la transmisión de la Palabra. Ciertamente, entre esas iniciativas tendrá que estar la difusión más amplia de la lectio divina, para que, a través de la lectura orante del texto sagrado, la vida espiritual se fortalezca y crezca”.

4. Los confesores han de prepararse: ser acogedores, luminosos, generosos…

 “A los sacerdotes renuevo la invitación a prepararse con mucho esmero para el ministerio de la Confesión, que es una verdadera misión sacerdotal. Os agradezco de corazón vuestro servicio y os pido que seáis acogedores con todos; testigos de la ternura paterna, a pesar de la gravedad del pecado; solícitos en ayudar a reflexionar sobre el mal cometido; claros a la hora de presentar los principios morales; disponibles para acompañar a los fieles en el camino penitencial, siguiendo el paso de cada uno con paciencia; prudentes en el discernimiento de cada caso concreto; generosos en el momento de dispensar el perdón de Dios. Así como Jesús ante la mujer adúltera optó por permanecer en silencio para salvarla de su condena a muerte, del mismo modo el sacerdote en el confesionario tenga también un corazón magnánimo…”

5. Los misioneros de la Misericordia seguirán su labor

Francisco alaba a los sacerdotes que designó al inicio del Jubileo como “misioneros de la Misericordia” y les ordena seguir, aunque la forma concreta la gestionará el Pontificio Consejo de la Nueva Evangelización.

“Doy las gracias a cada Misionero de la Misericordia por este inestimable servicio de hacer fructificar la gracia del perdón. Este ministerio extraordinario, sin embargo, no cesará con la clausura de la Puerta Santa. Deseo que se prolongue todavía, hasta nueva disposición, como signo concreto de que la gracia del Jubileo siga siendo viva y eficaz, a lo largo y ancho del mundo. Será tarea del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización acompañar durante este periodo a los Misioneros de la Misericordia, como expresión directa de mi solicitud y cercanía, y encontrar las formas más coherentes para el ejercicio de este precioso ministerio”.

6. Cualquier sacerdote podrá seguir absolviendo el "grave" pecado de aborto

 “De ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período jubilar, lo extiendo ahora en el tiempo, no obstante cualquier cosa en contrario”, escribe el Papa.

Añade, eso sí: “Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente. Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre”.

7. El clero lefebvriano seguirá confesando lícitamente

Francisco mantiene este gesto de cercanía con la sociedad tradicionalista desobediente a Roma. Lo explica así: “En el Año del Jubileo había concedido a los fieles, que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X, la posibilidad de recibir válida y lícitamente la absolución sacramental de sus pecados. Por el bien pastoral de estos fieles, y confiando en la buena voluntad de sus sacerdotes, para que se pueda recuperar con la ayuda de Dios, la plena comunión con la Iglesia Católica, establezco por decisión personal que esta facultad se extienda más allá del período jubilar, hasta nueva disposición, de modo que a nadie le falte el signo sacramental de la reconciliación a través del perdón de la Iglesia”.

8. Cada domingo anterior a Cristo Rey se celebrará la Jornada de los Pobres

“A la luz del «Jubileo de las personas socialmente excluidas», mientras en todas las catedrales y santuarios del mundo se cerraban las Puertas de la Misericordia, intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46). Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia”.

Fuente: religionenlibertad.com

TEXTO COMPLETO DE "MISERICORDIA ET MISERA"

Friday, October 14, 2016

¿Qué dice la Didaché sobre el perdón de los pecados?, por José Miguel Arráiz

Didaché es una palabra griega que significa “enseñanza”. El título completo de la obra es “La instrucción del Señor a los gentiles por medio de los doce apóstoles”, o de forma más resumida “Instrucciones de los apóstoles”.

Está considerado como uno de los documentos más importantes de la Iglesia primitiva. Pertenece al grupo de escritos de los Padres Apostólicos[1]. Aunque la fecha de su composición no se conoce con exactitud algunos autores opinan que fue escrito entre los años 50 al 70, otros lo situan entre comienzos y mediados del siglo II.

Sobre la confesión de los pecados

En contraposición con la práctica común dentro del protestantismo donde la persona se confiesa directo con Dios, en la Didaché encontramos un temprano testimonio de la disciplina penitencial de la Iglesia primitiva que inicialmente implicaba una confesión pública de los pecados ante los presbíteros y la comunidad tal como se menciona en la Sagrada Escritura (Hechos 19,18; Santiago 5,16) y cuya forma de desarrolló paulatinamente hasta la confesión auricular que conocemos hoy en día[1].

“Reunidos cada día del Señor, romped el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro.” (Didaché 14,1)

NOTAS:

[1] Si bien la confesión auricular pudo desarrollarse en su forma exterior a través del tiempo, su esencia, que radica en el hecho reconocido de la reconciliación del pecador por medio de la autoridad de la Iglesia se desprende del poder que Cristo otorgó a sus apóstoles, cuando les dijo que “a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Juan 20,23).

Friday, September 23, 2016

De la paranoia a la metanoia, por el P. Ron Rolheiser

Recientemente acudí a un encuentro y durante la mayor parte del mismo sentí afecto, amistad hacia mis colegas, y positividad hacia todo lo que estaba aconteciendo. Estaba de buen talante y buscando la manera de colaborar en todo. Entonces, cuando faltaba poco para acabar el encuentro, uno de mis colegas hizo un comentario que me pareció ácido e injusto.

Inmediatamente una serie de puertas comenzaron a cerrarse dentro de mí. Mi afecto y empatía rápidamente se convirtieron en dureza y enfado y luché para no obsesionarme con el incidente. Pero los sentimientos no pasaron rápidamente. Durante algunos días la frialdad y la paranoia persistieron dentro de mí y evité cualquier clase de contacto con la persona que hizo los comentarios negativos mientras yo cocinaba mi negatividad.

El tiempo y la oración eventualmente propiciaron la sanación, y retornó una perspectiva más saludable. Las puertas que se habían cerrado de golpe en aquel encuentro se abrieron de nuevo y la metanoia sustituyó a la paranoia.

Es significativo que la primera palabra pronunciada por la boca Jesús en los Evangelios Sinópticos sea la palabra “metanoia”. Jesús comienza su ministerio con estas palabras: “Arrepiéntete [metanoia] y cree en el Evangelio” y eso, en esencia, es el resumen de todo su mensaje. Pero ¿cómo se arrepiente uno?

— Significado de Metanoia

Nuestras traducciones de los Evangelios no hacen justicia a lo que Jesus dice aquí. Traducen “metanoia” con la palabra “arrepentimiento”. Pero, para nosotros, la palabra arrepentimiento tiene diferentes connotaciones desde la intención de Jesús.  En Inglés, "arrepentirse" (repentance) implica que hemos hecho algo mal y debemos repudiarnos a nosotros mismos por tal acción y comenzar a vivir de una manera nueva. La palabra bíblica “metanoia” tiene una connotación más amplia.

La palabra "metanoia" viene de las dos palabras griegas: "Meta", que significa "más allá"; y "Nous", que significa "mentalidad".

La metanoia nos invita a ir más allá de nuestros instintos normales hacia a una mentalidad más amplia, hacia una mentalidad que se levanta por encima de la tendencia natural al propio interés, a la autoprotección lo cual con frecuencia se mezcla con sentimientos de amargura y negatividad, y de falta de empatía en nuestro interior.

La metanoia nos invita a enfrentar todas las situaciones, sean lo injustas que parezcan, con comprensión y un corazón empático. Más aún, la metanoia se sitúa en contraste con la paranoia. En esencia, la metanoia es la no-paranoia, de manera que las primeras palabras de Jesus en los Evangelios Sinópticos debieran ser entendidas mejor así: “No seas paranoico y cree en el Evangelio”. ¡Vive desde la confianza!”.

— Entre la paranoia y la metanoia

Henri Nouwen, en un pequeño, pero profundamente significativo libro titulado “Con manos abiertas” describe la diferencia entre metanoia y paranoia. Sugiere que hay dos posturas fundamentales con las cuales podemos ir a lo largo de la vida. Podemos, dice, ir por la vida in la postura de la paranoia. La postura de la paranoia se simboliza con un puño cerrado, con una postura de protección, con la sospecha y desconfianza como actitudes habituales. La paranoia nos hace sentir siempre que necesitamos protegernos a nosotros mismos de la injusticia, que otros nos herirán si mostramos cualquier vulnerabilidad, y que necesitamos afirmar nuestra fuerza y talento para impresionar a los otros. La paranoia rápidamente convierte lo afectivo en frialdad, la comprensión en sospecha y la generosidad en autoprotección.

Por otro lado, la postura de la metanoia, se ve claramente en Jesús crucificado. Ahí, en la cruz, aparece expuesto y vulnerable, sus brazos extendidos en un gesto de abrazar, y sus manos abiertas y atravesadas por los clavos. Esta es la antítesis de la paranoia, donde nuestras puertas interiores del afecto, la empatía, y la confianza espontanea se cierran de golpe cuando percibimos una amenaza. La metanoia, la meta comprensión, el corazón grande, nunca cierra esas puertas.

— Dos entendimientos y corazones

Para algunos de los primeros padres de la Iglesia todos nosotros tenemos dos entendimientos y dos corazones. Para ellos, cada uno de nosotros tiene una mente amplia y un gran corazón. Ese es el santo que vive dentro de nosotros, la imagen y la semejanza de Dios dentro de nosotros, nuestra parte afectiva, fértil, y empática. Todos abrigamos una verdadera grandeza dentro de nosotros.

Pero cada uno también tiene en su interior una mentalidad estrecha y un corazón mezquino. Así es la complejidad de nuestro interior. Somos a la vez grandes corazones y mezquinos, mentes abiertas y fanáticas, confiados y suspicaces, santos y narcisistas, generosos y acaparadores, calientes y fríos.

Todo depende de a qué corazón y a qué mente estamos conectados y cómo operan en cada momento determinado. En un momento somos capaces de morir por los otros y un minuto más tarde desearíamos verlos muertos, en un momento queremos darnos a nosotros mismos totalmente por amor, un minuto más tarde decidimos usar nuestros talentos para mostrar nuestra superioridad sobre los demás. La metanoia y la paranoia se disputan nuestro corazón.

Jesus en su mensaje y su persona, nos invita a la metanoia, a movernos hacia ella y permanecer dentro de una mente abierta y un corazón grande, de modo que ante un comentario punzante nuestras puertas del afecto y la confianza no se cierren.

Wednesday, May 18, 2016

¿Cómo confesar? Acercando a Dios


El padre capuchino Luis Dli sigue confesando mañanas y tardes a sus 89 años, sin parar... ha inspirado al Papa Francisco

El Papa Francisco, un entusiasta del sacramento de la Reconciliación, del que predica con frecuencia y que propone a menudo también dejándose fotografiar en confesionarios, ha hablado varias veces de un confesor que a él le parece ejemplar. Se trata del padre Luis Dli, que hoy tiene 89 años y pasa sus días confesando en un santuario de un barrio popular en Buenos Aires.

Francisco suele citar una oración que hace este sacerdote ante el Sagrario: «Jesús, perdóname porque he perdonado demasiado. ¡Pero fuiste tú quien me dio el mal ejemplo!»

El periodista Andrea Tornielli, de La Stampa, encontró en Buenos Aires, junto al confesionario, al padre Luis Dli, y pudo hablar con él un buen rato. Hay que tener en cuenta que Francisco no lo mencionaba por su nombre, pero quedó claro que se trataba de este capuchino enseguida.

Lo que le dice a Jesús

"Soy un poco, no digo escrupuloso, pero un poco timorato, diríamos, en las confesiones, en el perdón y todo eso. Entonces cuando él [Bergoglio] era cardenal acá en Buenos Aires yo tenía mucha confianza, iba hablar con él y alguna vez le he dicho todo esto; y él me decía: Perdona, perdona, hay que perdonar. Y entonces, bueno, sí, yo perdono, pero después me queda cierta intranquilidad, y después voy a Jesús y le digo que Él me enseñó, el mal ejemplo me lo dio Él, porque Él perdonó todo, jamás rechazó absolutamente a nadie. Entonces se ve que a él le impresionaron estas cosas, o le quedaron grabadas, y por eso lo comenta", explica el capuchino.

"Él sabe que yo confieso mucho, atiendo muchas horas, de mañana y de tarde. Incluso más de una vez él recomendó a algunos sacerdotes para algún problemita que vinieran a charlar conmigo. Yo los atiendo y ahora con algunos sacerdotes somos grandes amigos porque vienen habitualmente, están siempre charlando y están muy bien espiritual, pastoralmente muy bien. Así es que yo tengo que agradecerle mucho al Papa esa confianza que ha depositado en mí, agradecerle muchísimo, porque no es merecida", añade.

El Papa pone como ejemplo al padre Dli, que no tiene especiales estudios, destaca, pero sí sabe mucho de la vida

"Yo no soy un tipo, un sacerdote, un fraile preparado, de estudios, de ningún doctorado, no tengo nada. Pero la vida me ha enseñado mucho, la vida me ha golpeado, la vida me ha enseñado y como nací desde muy abajo, muy pobre, entonces me parece que siempre tengo que tener una palabra de misericordia, de ayuda, de cercanía, a todo el que llega, a todo el que viene acá. Que nadie se vaya (sintiendo) como que no me entendió o (pensando) que me despreció o que me rechazó".

Luis Dli confiesa en su santuario de Buenos Aires de 9 a 12 de la mañana y de 15 a 19, todos los días. "El domingo de 7.30 a 12.30; de tarde también los domingos estoy en lo mismo desde las 15, celebro la misa y luego sigo atendiendo mientras las velas ardan".

Cómo confesar: acercando a Dios

A sus 89 años, y con miles de confesiones oídas, tiene algunos consejos para los sacerdotes jóvenes. "Misericordiosos, comprensión, poner… iba a decir cuatro oídos, pero no, ¡toda la vida! A escuchar, a comprender, a poder ponerse en el pellejo del otro, en el cuero del otro para entender qué está sucediendo. Que no seamos, empezando por mí, funcionarios, que cumplimos algo, ya está: le di la absolución, sí, no y se terminó. Todo lo contrario. Yo creo que hay que tener una cierta cercanía, una amabilidad especial, porque a veces hay gente que llega de años que no sabe muy bien lo que es la confesión. No te asustes, no te preocupes. La confesión lo único que necesita es querer ser mejor, nada más; que no pienses cuántas veces, con quién y que esto y que lo otro... Estas cosas no sirven para nada. Me parece que alejan a la persona. Yo tengo que procurar que las personas se acerquen a Dios, se acerquen a Jesús".

Para Luis Dli la clave para acerca la gente al confesionario es "que no tengan miedo"

"Yo siempre les muestro esta postal (es una imagen del Padre abrazando al Hijo Pródigo), que la tengo a acá siempre. Porque me dicen ¿pero Dios me va a perdonar? ¡Pero Dios te abraza, Dios te quiere, Dios te ama, Dios camina contigo! Dios vino a perdonar, no vino a castigar, vino a estar con nosotros, ¡dejó el cielo para estar con nosotros! ¿Entonces cómo vamos a tener miedo? Me parece que es casi un absurdo, un desconocimiento, una idea equivocada de nuestro Padre Dios".

De la escuela confesora del Padre Pío

Dli asegura que ha aprendido mucho de dos capuchinos, de San Leopoldo Mandic, gran confesor, de quien ha leído mucho, y del Padre Pío de Pietrelcina, al que conoció en persona.

"Yo estuve con el Padre Pío en el año 60, creo, 61, estuve con el padre Pío. Y todas estas cosas me enseñaron mucho. Me confesé con él. Estuve con él en el mismo conventito de antes en el año 60. Esas cosas a mí me han enseñado mucho, me han grabado muchas cosas lindas de este ejemplo de misericordia, de amor, de paz, de tranquilidad, de cercanía; a pesar de que el Padre Pío era bastante fuerte, bastante enérgico. Pero cuando tenía que escuchar y perdonar era Jesús perdonando. Sí, sí".

Las recomendaciones de Francisco

Francisco habló de este capuchino el 6 de marzo de 2014, en un encuentro con los párrocos de Roma. Luego volvió a mencionarlo como ejemplo de misericordia, el 11 de mayo de 2014, en la homilía de la misa para las ordenaciones sacerdotales. También le citó en el libro entrevista El nombre de Dios es misericordia. En febrero de 2016 también lo puso como ejemplo durante la homilía de la Eucaristía que celebró en San Pedro con los frailes capuchinos y posteriormente, de nuevo, en el encuentro con los sacerdotes de Roma en San Juan de Letrán y con los confesores del Jubileo.

Francisco hablaba así: “Recuerdo a un gran confesor, un padre capuchino, que ejercía su ministerio en Buenos Aires. Una vez fue a verme, quería hablar. Me dijo: «Te pido ayuda, siempre tengo mucha gente en el confesionario, gente de todo tipo, humilde y menos humilde, pero también muchos sacerdotes… Yo perdono mucho y a veces me viene un escrúpulo, el escrúpulo de haber perdonado demasiado». Hablamos sobre la misericordia y le pregunté que qué hacía cuando sentía ese escrúpulo. Me respondió así: «Voy a la capillita, frente al tabernáculo, y le digo a Jesús: «Señor, perdóname porque he perdonado demasiado. ¡Pero fuiste tú el que me dio el mal ejemplo!»… Nunca olvidaré esto. Cuando un sacerdote vive así la misericordia sobre sí mismo, puede darla a los demás”.

Fuente: religionenlibertad.com

Tuesday, May 3, 2016

Carta de un cura: La mision de perdonar

Me ha resultado interesante la carta que habla del Sacramento de la Penitencia. Considero que nuestro querido sacerdote tenía ideas muy claras sobre cuál iba a ser, o era ya, su misión como cura. Dice así:

Escribo esta carta cuando ya me falta muy poco tiempo para ser sacerdote. Uno de los poderes que Dios da al sacerdote siempre me ha sobrecogido. El primero es el de consagrar el Cuerpo de Cristo, el segundo el de perdonar los pecados. Esos dos carismas que pronto iba a recibir me sobrecogían. Muchas veces le he dicho al Señor: “No soy digno de ello, pero dame un día esos poderes ministeriales para servir plenamente a los hombre. ¡Qué gran cosa es el de perdonar en nombre de Dios! Es una maravilla el decir “Yo te absuelvo…” Te libero, te limpio, te doy la salud en el nombre del Señor. O mejor Dicho: Es el Señor el que lo hace todo valiéndose de nuestra pobre persona.

Considero de especial interés insistir en este tema tan crucial en la vida de cada sacerdote y, por tanto, de toda la Iglesia. Si a eso vino Jesús, eso es lo que tenemos que hacer: ¡Perdonar! Regalar la paz a las almas en el nombre del Señor. De lo contrario estaríamos perdiendo el tiempo traicionando nuestra misión.

Traigo aquí unas palabras que el Papa Francisco dirigió a los sacerdotes en su viaje a la Habana. Nos sirven de reflexión a todos: la tarea que el Papa Francisco pide a cada sacerdote cumplir en el confesionario

El Papa Francisco exhortó a los sacerdotes a no cansarse de perdonar a los fieles que llegan a confesar sus pecados en el confesionario. “Ese o esa que están ahí son el más pequeño y por lo tanto es Jesús”, aseguró.

Al presidir el rezo de las Vísperas junto a sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la Catedral de La Habana (Cuba), el Santo Padre indicó que el confesionario es “un lugar privilegiado para el sacerdote” para encontrarse con “ese último, ese mínimo, el más pequeño” necesitado de su ayuda.

“Ahí (es) cuando ese hombre o esa mujer te muestra su miseria”, explicó el Papa, y advirtió que “ojo que es la misma que tienes tú y que Dios te salvó ¿eh? de no llegar hasta ahí”.

Cuando esa persona te muestra su miseria, pidió el Papa a cada sacerdote, “¡por favor! no lo retes, no la retes, no lo castigues”.

“Si no tienes pecado, pues tírale la primera piedra, pero solamente con esa condición, sino piensa en tus pecados y piensa que tú puedes ser esa persona, piensa que tú potencialmente puedes llegar más bajo todavía y piensa que tú en ese momento tienes un tesoro en las manos, en tus manos, que es la misericordia del Padre”.

Francisco pidió a los sacerdotes que “no se cansen de perdonar, sean ‘perdonadores’, no se cansen de perdonar como lo hacía Jesús. No se escondan en miedos o en rigideces”.

“Cuando te llega el penitente no te pongas mal, no te pongas neurótico, no lo eches del confesionario, no lo retes, Jesús los abrazaba, Jesús los quería”, recordó.

“Mañana festejamos San Mateo ¡Cómo robaba ese! y además ¡cómo traicionaba a su pueblo! y dice el Evangelio que a la noche Jesús fue a cenar con él y otros como él”, indicó.

El Papa señaló además que “San Ambrosio tiene una frase que a mí me conmueve mucho: ‘Donde hay misericordia, está el Espíritu de Jesús, donde hay rigidez están solamente sus ministros’”.

“Hermano sacerdote, hermano obispo, no le tengas miedo a la misericordia, deja que fluya por tus manos y por tu abrazo de perdón. Porque ese o esa que están ahí son el más pequeño y por lo tanto es Jesús”, aseguró.

No tengo nada más que añadir, a no ser el deseo de que en todas las iglesias haya una puerta abierta al perdón. El mundo necesita paz, pero no la encontrará si en su corazón no está la gracia de Dios. Cada confesor es un mensajero de paz y misericordia. La enfermedad más extendida hoy es la amargura, la soledad, la impaciencia, la desesperación… Faltan muchos médicos del alma dispuestos a escuchar y absolver en el nombre de Dios. Es la gran oferta de paz que la Iglesia hace a toda la humanidad, y debemos estar agradecidos.

Fuente: religionenlibertad.com

Friday, March 4, 2016

¿Qué es una indulgencia?, por Félix Velasco Santandreu

La doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están ligadas a los efectos del sacramento de la penitencia:

"La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la Redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1471).

La indulgencia puede ser parcial o plenaria, según que libre en parte o en todo de la pena temporal debida por los pecados.

Nadie que gane indulgencias puede aplicarlas a otras personas que aún viven, pero las indulgencias pueden aplicarse a los difuntos a manera de sufragio.

"Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son también miembros de la misma comunión de los santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1479).

No se pueden separar las indulgencias del resto de la vida cristiana. La indulgencia no es un procedimiento fácil para que sean perdonados los pecados evitando la penitencia, sino una asistencia que presta toda la Iglesia a los fieles para su conversión, invitándoles a que realicen buenas obras y ayudándoles a expiar la pena debida por los pecados. Es conveniente recordar que el medio ordinario para que el individuo se reconcilie con Dios y con la Iglesia es la confesión individual y completa de los pecados graves, seguida de la absolución.

"Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer obras de piedad, de penitencia y de caridad" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1478).

"...Todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las creaturas que tienen necesidad de purificación, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de la que se llama la "pena temporal" del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecado, de modo que no subsistirá ninguna pena"(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1472).

"El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegando el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del hombre viejo y a revestirse del hombre nuevo" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1473).

El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra solo, tiene la ventaja y la ayuda de ser miembro de la Iglesia. "La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística"(Pablo VI, const ap. Indulgentarium doctrina, nº 5). 

Thursday, March 3, 2016

Un juez acaba en Luisiana (USA) con la ley que pretendía forzar a violar el secreto de confesión

Un juez acaba con la ley que pretendía forzar a violar el secreto de confesión. La ley del estado de Luisiana (Estados Unidos) ya no podrá forzar a los sacerdotes católicos a violar el secreto de confesión incluso en el caso de abusos sexuales a menores de edad.

El juez estatal de distrito, Mike Caldwell, dispuso el pasado 26 de febrero que la ley que exige al clero informar de abusos sexuales de menores se contrapone al derecho de libertad religiosa del sacerdote en lo que respecta al secreto de confesión.

La sentencia partió de la demanda presentada en el 2008 por Rebeca Mayeux contra el P. Jeff Bayhi, de la Diócesis de Baton Rouge (Luisiana). Mayeux explicó que durante una confesión le dijo al sacerdote que un feligrés de 64 años de edad había abusado de ella.

La demanda judicial pretendía culpar al presbítero de haber sido negligente al no informar a las autoridades del abuso y que la diócesis se equivocó al no obligarlo a hacer efectiva la denuncia.

Según The Associated Press, Mayeux reclamó que el sacerdote le dijo en ese entonces «que se olvide del tema y lo deje ir».

El P. Bayhi, pastor de una parroquia cercana a Baton Rouge, dijo en la corte que si revelaba algo de la confesión sería excomulgado: «Si nosotros algunas vez quebrantamos el sacramento, se acabó todo. De ninguna manera lo haría». «Si el Sacramento de la Reconciliación no es sagrado, no volverían a confiar en nosotros jamás», agregó.

La ley de Luisiana le exige al clero reportar los abusos sexuales, pero partes de la misma garantiza una excepción cuando estas acusaciones son reveladas durante la confesión.

Lo que hizo el fallo del juez Caldwell fue anular otras partes del código estatal que contradicen esta excepción y obligan a notificar el abuso sexual «a pesar de cualquier pedido de comunicación privilegiada (la confesión)», como informó el medio New Orleans Advocate.

Al salir del tribunal el sacerdote expresó su satisfacción porque el fallo confirmó su derecho a la libertad religiosa.

Además el obispo de Baton Rouge, Mons. Robert Muench, en un comunicado expresó su compasión y ofreció su oración «no sólo para el demandante, que pudo haber sido perjudicado por las acciones de un hombre que no era un empleado de la Iglesia, sino también para todos los que han sido abusados por cualquier persona».

También manifestó su aprecio por el fallo porque «la decisión de la corte de defender el derecho al libre ejercicio de la religión en la Primera Enmienda, es esencial.

Sin embargo, esta sentencia podrá ser apelada ante la Corte Suprema de Luisiana debido a que el juez dictaminó que Mayeux puede dar fe ante un jurado de la supuesta conversación con el sacerdote en el 2008.

Esta demanda aún no ha ido a juicio y se sabe que el presunto agresor murió en 2009. Se recuerda que el caso fue a la Corte Suprema de Luisiana en 2014 pero lo devolvió a un tribunal inferior para determinar más hechos sobre el mismo.

Fuente: aciprensa

Saturday, January 23, 2016

“Et ego te absolvo”: meditación con la fórmula de Absolución, por el P. José Cristo Rey García Paredes, cmf

En la bula “Misericordiae Vultus” el Papa Francisco nos invita a celebrar el Sacramento de la Misericordia. Y ofrece también indicaciones muy precisas para que los Confesores lleguen “a serlo” de verdad según el estilo de las parábolas del Padre del Hijo Pródigo y del buen Samaritano.

Pero quizá no hemos reparado suficientemente en el valor de la fórmula sacramental que el presbítero recita y en la que él es re-ubicado en un conjunto simbólico y misterioso. El presbítero no es el dueño del Sacramento. Ha de aprender a formar parte del acontecimiento sacramental. Y quien confiesa su pecado ha de reconocer en qué misterioso espacio es acogido.

— “Ego te absolvo”

Cuando escuchamos la fórmula solemne “Ego te absolvo” (“Yo te absuelvo”), nos sentimos introducidos en un mundo misterioso, conectados con la fuerza que todo lo origina y  re-crea. Son palabras que caen sobre nosotros como un rocío, una nevada, un amanecer, un aire fresco, una serenidad gozosa. Marcan un paso, un tránsito, la superación de unos límites, la entrada en un ámbito de libertad.

Los seres humanos somos demasiado limitados, a veces enormemente miserables. Puede que no lo recoznocamos. Tal vez sea instintivo el justificarnos ante los otros y dar razón de cualquiera de nuestras acciones, por más brutal o indecente que parezca a los demás. En el fondo de nosotros, está la conciencia imperturbable, a la que ya no podemos convencer. Desde su morada interior, la conciencia nos dice la pura verdad y siembra en nosotros esa inquietud sorda que nos acompaña, hasta que escuchamos las palabras de absolución o de perdón.

Cuando  hacemos el mal no somos libres, por más que nos empeñemos en ello. El mal se apodera de nosotros y nos ata, y re-ata.

Va poco a poco tomando posesión de nuestras zonas libres y las vuelve zonas de esclavitud. ¿Soy libre cuando me siento poseído por la susceptibilidad, la envidia o el odio hacia alguien, por la gula o la lujuria, por la ira o la avaricia, por la soberbia o la pereza? Los llamados siete pecados capitales son los señores que dominan secretamente la vida de muchos humanos, mi pobre y limitada vida. Por eso, ¡qué fantástico es poder escuchar las palabras “ego te absolvo”, yo te absuelvo”, “yo te libero de tus ataduras, yo te declaro libre.

El mal que se apodera de nosotros es, otras veces, público. Pone nuestra dignidad en entredicho. Alguien ha sido testigo del mal que hemos realizado y lo ha ido publicando. Las víctimas de nuestras malas acciones han reaccionado pidiendo justicia. En la sociedad civil o política se restablece la justicia a través de procesos legales y judiciales, de los cuales podemos salir con sentencia condenatoria.

En la Iglesia la sentencia es absolutoria, aunque se establezca que hemos sido culpables. No hay mal, ni pecado, por muy horrible que sea, que no pueda obtener el perdón y la amnistía. Por eso, en la madre iglesia, en todas sus comunidades resuena el “Ego te absolvo” diariamente.

En nuestras comunidades siempre hay perdón  Jesús, nuestro Señor y Maestro, nos insistió en ello de modo muy especial. Quería que la disponibilidad para el perdón –¡setenta veces siete!, incluso- fuera  señal distintiva. Jesús no se comprometió a asistir a nuestras sentencias condenatorias, sino que apoyó sin reservas nuestras actitudes de perdón y absolución.

Cuando el perdón se debe repetir tantas veces, esto nos indica que cada encuentro sacramental nos hace avanzar en un proceso de transformación. La Iglesia ha aprendido en su experiencia de siglos, que no basta un momento de absolución para toda la vida. Y sí, que las diversas absoluciones han de acompañar nuestro camino de seguimiento de Jesús a lo largo de la vida.

— “… a peccatis tuis”: ¿No es sólo propio de Dios?

Que un presbítero o un obispo se atrevan a perdonar nuestros pecados, ¿no es una osadía excesiva? Si un juez o magistrado absolviera a un culpable, ¿no se excedería en sus competencias?

Si un ministro ordenado osara perdonar delitos graves en la sociedad, en el matrimonio, en la familia, en las relaciones humanas, en la actitud de uno consigo mismo, ¿no estaría excediéndose en sus funciones?

Si un ministro ordenado perdona las ofensas con las que un ser humano ha pretendido romper su pacto con Dios, ¿puede hacerse intérprete del Dios de la Alianza en ese momento? ¿No es una osadía excesiva?

Al mismo Jesús quisieron pararle los pies los fariseos al decirle, escandalizados, cómo se atrevía a perdonar los pecados, cuando el único que puede perdonarlos es Dios, ¡solo Dios! Y, nosotros añadiríamos, que en la sociedad, solo la autoridad suprema puede conceder perdón, amnistía e indulto.

— “Et ego te absolvo a peccatis tuis”

El ministro ordenado –presbítero u obispo- no actúa sólo. La fórmula sacramental de absolución hace que una sencilla partícula -¡pero de suma importancia!- preceda a las palabras “yo te absuelvo”. Y esa sencilla partícula es “et”, que significa “y”. El ministro ordenado -al que llamamos confesor- no actúa ni aislada ni autónomamente. Él es el último de la fila, por así decirlo, el último servidor del perdón, el último eslabón necesario. Pero ¿qué secuencia le precede?

El ministro ordenado se sabe situado en el “ministerium Ecclesiae” (el ministerio de la Iglesia). Él sabe que participa, como servidor, en el servicio que le compete a toda la Iglesia, la comunidad de todos los convocados, la Esposa de Jesús, el Cuerpo de Cristo, el pueblo de Dios, el Santuario del Espíritu. El ministro ordenado detenta la representación eclesial y actualiza en sí mismo la ministerialidad, el servicio, que le compete a toda la Iglesia.

Ese presbítero que pronuncia las palabras “ego te absolvo” y que, mientras tanto, impone las manos, es la expresión sacramental de toda la Iglesia santa. Por eso, se expresa así: “Y yo”.

Pero la Iglesia tampoco es autónoma. Ella es la comunidad reunida por la Trinidad Santa de Dios. Ella es la expresión sacramental, simbólica de nuestro Dios. Si la Iglesia se atreve a ejercer el servicio del perdón, es porque se siente respaldada, autorizada, enviada para ello, por el mismo Dios.

— “Deus, pater misericordiarum”: “Dios Padre de las Misericordias”

Es maravilloso conocer que  Dios es indulgente conmigo y me concede la paz, me restablece el equilibrio interior y me armoniza con todo el mundo, con todo el universo. Ese es el mensaje que me transmite el presbítero, el obispo, con su gesto y sus palabras de absolución. Dios Padre, el Abbá está de mi parte. El invisible se me muestra en la visibilidad del ministro ordenado y de la ministerialidad de la Iglesia, el Inaudible me habla a través de las palabras sacramentales. Dios Padre me reconoce una vez más como hijo suyo. Dios, al igual que el padre de la parábola del Hijo pródigo, repite sus gestos de acogida, perdón, inclusión en su fiesta, en mi propia persona.

Lo que Dios Padre hace conmigo, forma parte de su proyecto, su actividad permanente en la historia. Perdona porque es “Abbá”, porque actúa como “Padre”:

— “Dios no perdona con un decreto, sino con una caricia” (Papa Francisco).

A través del Sacramento del Perdón “reúne a sus hijos dispersos”, prepara la mesa de la fraternidad. Para refundar su Familia el Abbá actúa a través de “su Hijo único”, su hijo Jesús. A través de la muerte y resurrección del Hijo, reconcilió el mundo consigo y le restituyó su carácter filial. Todo el universo es filial, porque nace del Dios Padre Creador. Todo el universo es filial porque es re-creado por Dios Padre Reconciliador. Pero todo el universo, la nueva humanidad, es creada y re-generada a través de la Palabra, del Hijo único, de Jesucristo.

La acción salvadora del Abbá y del Hijo se interioriza en nosotros por obra de la santa Ruah, del Santo Espíritu. Su presencia santifica y destruye lo no santo, que en nosotros anida. El Espíritu con su viento acaba con las raíces del mal y hace posible que renazca en nosotros el hombre, la mujer que Dios soñó.

— Amen

Así concluyen las palabras sacramentales. En el Amén se descubre la verdad de toda verdad, la certeza de toda certeza, la fe de toda fe.

El Sacramento de la Reconciliación es buena noticia, la mejor noticia que uno puede escuchar. Cuando se celebra adecuadamente, se percibe cómo la Nueva Jerusalén va bajando del Cielo y nosotros vamos acercándonos a ella “absolución tras absolución”.