Monday, December 11, 2017

Condenado a la silla eléctrica, se bautizó y halló la paz: hasta sus víctimas lucharon para salvarlo

Billy Moore sabe perfectamente lo que es estar al borde de la muerte durante años y la fuerza sanadora del perdón. Este estadounidense fue condenado a la silla eléctrica tras asaltar una casa para robar y matar a su dueño.

Esperando una ejecución que se iba posponiendo conoció a Dios y se fue convirtiendo. Admitió su culpa y las responsabilidades y se bautizó. Pero lo que no podía imaginar es que tras escribir una carta a la familia de su víctima pidiendo perdón, ésta aceptara sus disculpas y encima luchara para pedir no sólo que no fuera ejecutado sino que fuera puesto en libertad. Moore ha estado invitado en Madrid por la Comunidad de San Egidio para hablar en contra de la pena de muerte y Alfa y Omega ha recabado su testimonio:

La historia de Billy Moore es una historia de perdón y reconciliación. Pero también de providencia. Algo así como la prueba de que de la muerte puede surgir la vida. Sí, aquí en la Tierra. Él lo experimentó así cuando, en 1974, al entrar a robar en una casa para dar de comer a su hija, asesinó a su dueño, el señor Stapleton. Y fue sentenciado a muerte tras confesar su crimen. Moriría, dictó el juez, en la silla eléctrica.

Sin embargo, las fechas se fueron posponiendo paulatinamente y durante ese tiempo, en total 17 años, su vida cambió. Primero fue la carta de una prima, que lo invitaba a aceptar a Jesús. “Pensé que cómo era posible que me hablara de Dios en esos momentos. Yo no quería saber nada. Pero habló con su pastor que, a su vez, contactó con otro en la zona de mi cárcel, y este vino a verme junto a su mujer”, narra Moore a Alfa y Omega.

"Vi el Espíritu en ellos"

Aquel encuentro fue un atisbo de lo que vendría luego. El pastor le dijo que sabía lo que había hecho, que estaba sentenciado a muerte y con una fecha de ejecución en siete días, pero que había un juez justo, Jesús, “que murió por gente como tú y, sobre todo, por los que han matado a alguien”. Billy, que no era religioso, quedó tocado: “Vi el Espíritu en ellos. Habían venido a decirme que Dios me amaba, que podía entregarle mi vida, incluso si había cometido un asesinato” Se bautizó: “Por primera vez en mi vida encontré la paz. Era extraño porque estaba a unos días de ser ejecutado”.

A partir de este momento, comenzó a estudiar la Biblia –creó un grupo en la cárcel– y a formarse en Derecho. Leyendo uno de los informes judiciales encontró los nombres de la mujer e hijas del hombre al que había asesinado y sintió la necesidad de escribirles para pedirles perdón. “No sabía si estaban enfadados o disgustados, pero quería pedirles que me perdonaran y que sentía mucho el dolor que les había causado”, reconoce. Su sorpresa fue cuando llegó la carta de la esposa, diciendo que, como cristiana que era, le perdonaba. “Les dije que lo agradecía, pero que no entendía cómo eran capaces de hacerlo, porque yo no lo haría. La mujer volvió a contestarme diciéndome que lo que ocurría es que no comprendía realmente lo que era el perdón. Así empezó el intercambio de correspondencia”.

Sus víctimas lucharon para que no fuera ejecutado

Este perdón no se quedó en la letra de esas cartas, sino que fue más allá. La propia familia de la víctima, cuando estaban en marcha los últimos trámites para paralizar la ejecución, manifestó públicamente que no solo no querían que Billy muriera, sino que recuperara la libertad. “Dijeron que ya habían tenido suficiente con perder a un miembro de su familia y no querían que les pasara con otro. Ellos no solo me perdonaron, lucharon por mi vida. Cuando cambió mi situación ya no era reo de muerte, me pidieron que fuese la mejor persona posible y que ayudara a otra gente. Y esta es parte de la misión que Dios me ha encomendado y por eso recorro Estados Unidos y todo el mundo para contar mi historia”, explica.

Moore, que atiende a Alfa y Omega en la sede de la Comunidad de San Egidio, quien le ha invitado para participar en la campaña Ciudades por la Vida, recuerda su anterior visita a España, concretamente a Vitoria, porque coincidió con el fallecimiento de la mujer de su víctima: “Me llamó mi mujer, pues la habían llamado la hijas de la señora Stapleton para comunicarles que no sabían cuánto tiempo iba a durar, que se encontraba en coma inducido".

Billy pudo dirigirse a ella por última vez: "Quiero que sepas que para mí eres como la mujer que en el Evangelio ungió los pies de Jesús con perfume mientras los discípulos decían que se estaba malgastando. Eres parte de mi historia y siempre que hablo de ella tú y tu familia sois mencionadas. Serás conocida en todo el mundo, porque no hay historia sin lo que tú y tú familia hicistéis’. Al coger el teléfono, sus hijas me dijeron que no la habían visto tan bien en semanas. Poco después falleció”.
Invitado al entierro de la viuda de su víctima en primera fila

De nuevo en casa, Moore pensó en ir al funeral, pero tenía algunos reparos porque habría allí familia lejana que no le conocía y que, probablemente, no querría verle. Pero fue. Se sentó al final del templo, donde no podría ser reconocido. Solo quería estar presente. Pero las hijas de la señora Stapleton lo vieron y le invitaron a sentarse en los bancos delanteros, con la familia.

La conclusión, sostiene Billy, es que la pena de muerte, la violencia, “no es la solución”. “No ayudamos a los presos a rehabilitarse, lo que hacemos es matarlos, constatar que ese ser humano no vale. También se utiliza como arma electoral, para conseguir votos. Y para mover dinero, porque el Estado de Georgia se gastó 1,5 millones de dólares tratando de matarme. ¿Y si ese dinero se invirtiera en los barrios pobres, en las escuelas, en niños que necesitan ayuda…?”

El futuro está, en su opinión, en los jóvenes, en ayudarles a entender que esta lucha también es suya, “incluso si son demasiado jóvenes y no votan, incluso si en su país no existe la pena de muerte”. “Tienen que tomar parte, porque la violencia y la muerte tienen distintas representaciones. Como cuando discriminamos a los inmigrantes o la forma de relacionarnos con los que no nos caen bien. A construir una cultura que respete la vida se puede empezar ahora”, concluye.

Saturday, November 11, 2017

Cuatro sacerdotes que prefirieron el martirio antes que revelar el secreto de confesión

Después de que el Arzobispo de Melbourne en Australia, monseñor Denis Hart, afirmara que prefiere ir a la cárcel antes que romper el secreto de confesión, debido una posible injerencia del Estado, recordamos a 4 sacerdotes que defendieron al extremo el sigilo sacramental.

El 14 de agosto la Royal Commission, entidad creada en Australia para investigar los casos de abusos sexuales, propuso que los sacerdotes de la Iglesia Católica rompan el secreto de confesión cuando conozcan de algún caso de abuso sexual.

No obstante, el Código de Derecho Canónico que rige a la Iglesia Católica señala que “el sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo”. Aquí los 4 sacerdotes que defendieron hasta el extremo el secreto de confesión.

1. San Juan Nepomuceno


San Juan Nepomuceno fue un ejemplo de la protección al sigilo sacramental, siendo el primer mártir que prefirió morir antes que revelar el secreto de confesión.

Nació en Checoslovaquia entre los años 1340 y 1350, en Nepomuk. Cuando fue Vicario General del Arzobispado de Praga, el santo fue confesor de Sofía de Baviera, la esposa del rey Wenceslao. El rey, que tenía ataques de cólera y de celos, ordenó al sacerdote que le revelara los pecados de su mujer. La negativa del santo enfureció a Wenceslao, que amenazó con asesinarlo si no le contaba los secretos.

Otro conflicto entre Wenceslao y Juan Nepomuceno sucedió cuando el monarca quiso apoderarse de un convento para darle sus riquezas a un pariente y el santo se lo prohibió porque esos bienes pertenecían a la Iglesia. El rey se llenó de cólera y ordenó torturar al santo, cuyo cuerpo fue arrojado al río Mondalva. Después lo vecinos recogieron el cadáver y lo sepultaron religiosamente. Era el año 1393.

2. San Mateo Correa Magallanes


San Mateo Correa Magallanes fue otro mártir del secreto de la confesión. Fue fusilado en México durante la Guerra Cristera por negarse a revelar confesiones de prisioneros rebeldes.

Nació en Tepechitlán (Zacatecas) el 22 de julio de 1866 y lo ordenaron sacerdote en 1893. Se desempeñó como capellán en diversas haciendas y parroquias. En 1927 el sacerdote fue arrestado por las fuerzas del ejército mexicano al mando del general Eulogio Ortiz. Días más tarde, el general mandó al P. Correa a confesar a un grupo de personas que iban a ser fusiladas y después le exigió que le revelara las confesiones.

Ante su rotunda negativa ordenó su ejecución. Actualmente se veneran sus restos en la Catedral de Durango. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado por Juan Pablo II el 21 de mayo del 2000.

3. P. Felipe Císcar Puig


El P. Felipe Císcar Puig fue un sacerdote valenciano también considerado mártir del sigilo sacramental, debido a que fue martirizado durante la persecución religiosa de la Guerra Civil Española (1936) tras guardar el secreto de confesión.

La Arquidiócesis de Valencia indicó que, según la documentación recogida, el P. Císcar fue conducido a la prisión de Denia, en Valencia, donde un fraile franciscano llamado Andrés Ivars pidió confesarse a fines de agosto de 1936, pues intuía que iba a ser fusilado. “Tras la confesión, intentaron arrancarle su contenido y ante su negativa a revelarlo, los milicianos le amenazaron con matarle”, ante lo que el sacerdote respondió: “Haced lo que queráis pero yo no revelaré la confesión, primero morir que eso”, según consta en la declaración de los testigos.

“Al verle tan seguro, le llevaron a un simulacro de tribunal donde se le conminó para la revelación del sigilo”, y como aun así continuó firme en su postura, afirmando que prefería morir, los milicianos le condenaron a muerte. Subidos a un coche, Felipe Císcar y Andrés Ivars fueron llevados al término de Gata de Gorgos y allí fueron fusilados a los 71 y 51 años de edad, respectivamente, el 8 de septiembre de 1936”.

Tanto Felipe Císcar como Andrés Ivars forman parte de la causa de canonización de los “Siervos de Dios Ricardo Pelufo Esteve y 43 compañeros y compañeras mártires”, en la que figuran un total de 36 religiosos franciscanos.

4. P. Fernando Olmedo Reguera

Este sacerdote de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos fue asesinado el 12 de agosto de 1936 y beatificado en Tarragona el 13 de octubre de 2013. También se le conoce como defensor del sigilo sacramental.

Nació en Santiago de Compostela el 10 de enero de 1873 y fue ordenado sacerdote el 31 de julio de 1904. Fue Definidor y Secretario Provincial hasta 1936, en que por fuerza de la persecución religiosa tuvo que abandonar el convento.

Al ser detenido fue insultado, vejado, golpeado y le exigieron revelar el secreto de confesión. Según la tradición fue fusilado por una especie de tribunal popular en torno al Cuartel de la Montaña, una edificación militar de Madrid construida durante el siglo XIX.

Sus restos se encuentran en la cripta de la iglesia de Jesús de Medinaceli (Madrid).

El padre Ubald, con el don de sanación, cura cuerpos y almas: «El secreto de la paz es el perdón»


A su padre lo mataron cuando él tenía 7 años, y su madre murió durante el genocidio que devastó Ruanda en 1994. “Vi cómo hermanos en la fe mataban a otros hermanos en la fe en mi propia parroquia. Hasta mis parroquianos me querían matar a mí”. Desde entonces, Ubald Rugirangoga predica en su país la liberación del perdón, organizando retiros con víctimas, y también con los perpetradores de la masacre que se llevó 45.000 vidas en tres días.

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo cuenta el Alfa y Omega la historia de este sacerdote que en 1991 recibió el don de intercesión por la sanación de los enfermos, con numerosas curaciones físicas y espirituales.

- Usted afirma haber recibido en 1991 el don de sanación. ¿Qué es exactamente?
- Empecé a rezar por los enfermos en 1987, a raíz de una epidemia de disentería que hubo en mi parroquia y que provocó muchos muertos. Yo tenía miedo de contagiarme y de enfermar cuando rezaba por ellos, pero pensé con mucha fuerza: “¡Tenemos que rezar!”, y al cabo de un mes de orar todos juntos en mi parroquia la enfermedad desapareció. ¿Fueron las medicinas? ¿Fue la oración? Yo solo sé que ahí nació dentro de mí el interés en rezar por los enfermos. Formé un grupo de nueve personas que empezamos a rezar cada jueves por los enfermos, con mucha fe y convicción.

En 1991 vino un nuevo don: en la acción de gracias después de una Eucaristía vi venir hacia mí la imagen de un pie izquierdo con heridas. Luego, una mano derecha, junto a una voz que me decía que alguien sufría del codo. Luego, la imagen de un trasero de alguien lleno de heridas. Y luego el vientre de una mujer embarazada, y la voz diciéndome que una mujer tenía miedo al embarazo. Por último, la voz me dijo que había alguien allí que pensaba que daba igual rezar o no rezar. Todas esas imágenes y voces vinieron a mí.

- ¿Qué significaba todo eso?
- Entonces pregunté si alguien allí sufría del pie izquierdo, y un hombre dijo: “Yo”, y le pedí: “Prueba a andar”, y entonces se levantó y dijo: “¡Ya no me duele!”. Después pregunté si alguien padecía de su codo derecho, y un hombre se levantó y dijo que se había curado de repente. Después pregunté si alguien tenía heridas en su trasero y una mujer se levantó del suelo, porque no podía sentarse, y al cabo de tres días las heridas habían desaparecido; ella no se lo creía. Luego pregunté si alguna mujer estaba embarazada y tenía algún problema; una mujer se levantó y dijo que ella había tenido dos hijos pero luego llevaba siete años sin tenerlos, porque había perdido dos hijos, y este no creía que iba a nacer vivo; yo le dije que sí iba a nacer vivo. Y así fue.

- ¿Y la persona a la que le daba igual rezar o no rezar?
- Pregunté por ella también, y se levantó una mujer. Su hijo de 5 años estaba enfermo, con una llaga en una pierna, y el médico le dijo que debía amputarla porque la herida llegaba ya al hueso. Ella quiso rezar y le pidió a su marido que la acompañara, pero él no quiso. Todo eso la deprimió y entonces ella perdió la esperanza en la curación de su hijo, pensaba que la oración no iba a solucionar nada. Pero ella vino a rezar ese día, y al cabo de tres días la herida de su hijo estaba completamente curada.

- ¿Cómo se lo tomó?
- Estaba sorprendido. Yo tengo la convicción de que todo esto viene de Jesús. Eran imágenes, voces, que de repente llegaban a mí cuando rezaba, y la gente se curaba. Todo era nuevo para mí. Decidí consultar con mi obispo, y me recordó que el libro de los Hechos cuenta que también Pedro veía imágenes que le ayudaban en su ministerio. Así que me dio la autorización para llevar a cabo este don.

- ¿Desde entonces ha sido testigo de curaciones físicas?
- Sí, muchas, incluso aquí en Madrid. En el retiro en el que acabo de participar me impresionó una doctora que padecía de un problema en su cabeza y dijo que se le había curado. En otra ocasión, en Estados Unidos, estaba yo rezando en adoración ante el Santísimo, y me vino la imagen de una chica en una silla de ruedas. Por la tarde estaba en un retiro, ¡y vi a la chica que había visto por la mañana! Recé por ella y me fui, y después invité a quien padeciera de alguna parálisis a que se levantara. Ella no se lo creyó en ese momento, pero luego, cuando ya estaba en la sacristía escuché voces fuera: la chica se había levantado de su silla de ruedas.

- Padre Ubald, también hay heridas interiores, en el espíritu…
- Toda curación física está encaminada a una curación espiritual. Cuando ves a alguien que ha recibido una curación, eso aumenta tu fe. Esas curaciones te hacen creer más. Y también hay sanaciones que pasan por el perdón, porque el odio es una herida muy grande. Pero, al perdonar, las personas se curan y recuperan la paz. Mi misión principal es llevar a la gente a Jesús, llevar a la gente a la fe, a creer en Él, a creer que después de esta vida hay otra. Él es la Verdad, Él está vivo, lo que dice es la verdad.

- ¿Por qué no hay entonces más curaciones, para que haya más gente que pueda creer?
- Es por nosotros. Si nosotros no rezamos por las curaciones, no habrá curaciones.

- Usted experimentó en su propia vida el genocidio que hubo en Ruanda. ¿Es posible sanar también esas heridas?
- Sí es posible. Yo mismo no tengo ningún odio. El hombre que mató a mi madre durante el genocidio de 1994 es ahora mi amigo; él vino un día a pedirme perdón, y yo lloré, le abracé y le dije: “En el nombre de Jesús, te perdono”. Me he hecho cargo de sus dos hijos y les he pagado los estudios. Uno de sus hijos no podía perdonar a su padre por lo que había hecho. Había matado a muchas personas, y ahora… Yo le dije: “Ven, y recemos juntos”, y le pedí que perdonase de corazón. Él lloraba cuando decía: “Perdono a mi padre…”.

- Esto debe ser difícil de entender para muchos en su país…
- Predicar el perdón me ha traído problemas, Dios mío. A veces la gente no lo entiende. Pero para mí el odio es el mal, y lo vencemos con el perdón y siendo misericordiosos. Solo así se puede parar la violencia.

Otro ejemplo: un hombre mató a otro, y el hijo de la víctima se casó con la hija del verdugo. Esa chica, cuando me escuchó predicar el perdón y dar mi testimonio, quiso hacer algo. Ella sabía que su padre había matado a un hombre y había dejado viuda a su mujer, y entonces fue a verla y acabó viviendo con ella, ayudándola en todo. El hijo de aquella viuda, que pudo escapar del genocidio, llegó un día a casa de su madre y se encontró con la hija del asesino de su padre. “¿Qué hace esa chica aquí? Su padre ha matado a papá”, dijo enfadado. Pero la madre defendió a la chica: “Es una buena chica, es amable, me cuida mucho”. Con el tiempo, él se dio cuenta de la bondad de la chica y cómo cuidaba de su madre, y acabó casándose con ella. Yo bendije su matrimonio y hoy tienen tres maravillosos hijos.

- ¿Y qué pasó con el padre de ella?
- Cuando salió de la cárcel, su hija preparó la reconciliación entre ambas familias. Recibió el perdón de la mujer y de su hijo, y él mismo decía: “Soy feliz. Yo quité la vida, y ahora mi hija me la está dando. Yo di muerte y ella da vida”. Ahora es un abuelo orgulloso de sus nietos.

- Dirige en Ruanda el centro El secreto de la paz. ¿Cuál es ese secreto?
- ¡El secreto de la paz es el perdón! Este es un centro en el que rezamos por la sanación de las personas. En mi país hay muchas heridos y lo primero que hacemos es escucharlos. Hacemos una escucha cristiana, porque muchos vienen con mucha ansiedad. La gente necesita alguien que los escuche, porque si no se vuelven locos. Pero si tienes alguien que te escucha, entonces compartes el dolor de tu corazón, curas tus heridas. Fundé una congregación llamada Misioneros de la Paz, con ramas masculina y femenina, y también con laicos, como un gran familia, y el carisma que tienen es el de la escucha: acoger y escuchar a las personas, y confortarlas.

- ¿Qué ocurre cuando uno quiere perdonar pero no puede?- Si no perdonas al alguien, entonces estarás llevando a esa persona encima, como un gran peso, toda tu vida. No perdonar es una forma de morir. Tienes que perdonar, para ser libre, para dormir bien, para no llevar ese peso siempre… Y si no puedes, al menos reza por ello, pídele a Jesús ese don, porque sin Jesús perdonar es imposible. Él lo hace.

Monday, July 17, 2017

"El perdón auténtico es imposible alcanzarlo con nuestras fuerzas... es un don que te lo da Dios", por Sor Leticia, Dominica de Lerma


Sor Leticia ha escrito un libro que se titula “Si no puedes perdonar esto es para ti” (LibrosLibres) que ya va en apenas tres meses por su tercera edición con más de 8.000 ejemplares vendidos.

- ¿Por qué escribiste este libro?
-Todo surgió a raíz de una experiencia personal: yo no era capaz de perdonar.

- ¿Una monja de clausura que no puede perdonar?
- Sí, exacto. En ese momento llevaba 16 años en el monasterio, lo había intentado todo, me había esforzado al máximo... pero había una espina que no lograba arrancar de mi corazón. Llegué a pensar que debía resignarme a llevar ese peso toda mi vida pero, en ese momento... ¡se me dio!

- ¿El qué?- ¡¡El don del perdón!! Fue cuestión de un instante. Sentí como si un rayo me atravesase, curando todas las heridas. Desde ese momento, descubrí la verdad: el perdón auténtico es un don.

- ¿A qué te refieres?- A que es imposible alcanzarlo por las propias fuerzas. Mira, yo lo explico así: Tú puedes poner todo tu empeño en perdonar a una persona. Haces todo lo posible... pero, como mucho, sólo lograrás perdonar un 70%. El otro 30%, lo profundo del corazón, es incontrolable. Es lo que reflejamos en frases como "Yo he perdonado, pero, cuando le veo se me revuelve el estómago, no puedo evitarlo".

- Entonces... ¿cómo se puede perdonar de verdad?- Ésa es la cuestión. Tú no puedes. Y, precisamente por eso, porque tú no puedes, hay Alguien que lo ha conseguido para ti. Tu impotencia está pidiendo un Salvador... y Cristo ha dado hasta la última gota de su sangre por ti. Ésa es la clave: Él quiere perdonar en ti. El perdón de corazón... es Su regalo.

- Bueno, sí, pero imagino que eso es para personas consagradas... en fin, para alguien que tenga un cierto "nivel" de vida espiritual...- ¡No, para nada! Cristo no es para unos pocos elegidos; Cristo es para los cristianos, ¡Cristo es para ti! Ése es precisamente el título del libro: Si no puedes perdonar, esto es para ti, porque Cristo te ama a ti, con tu historia, con tus circunstancias, y quiere obrar milagros en tu vida. ¡Sí, sí, en la tuya! Yo no soy muy amiga de las teorías. Jesucristo actúa en la vida real, así que eso es lo que hemos contado: siete testimonios reales de personas que han recibido el don del perdón. Por eso digo que el auténtico autor de este libro es Él, Cristo es el centro de este proyecto, de este equipo de 21 personas.

- ¿Pero no decías que eran 7 testimonios?
- Bueno, en las cosas del Señor, uno sabe dónde empieza... ¡pero no imaginas dónde acabarás!
Cuando sentimos que el Señor nos pedía comenzar este libro, me parecía una locura, pero, desde que nos embarcamos y le dijimos sí a esta nueva aventura que Él nos proponía, ¡Cristo se ha derrochado en mil bendiciones! Nuestro obispo, don Fidel, con un cariño paternal, nos ha acompañado en este proyecto y ha sido él quien ha escrito el prólogo. Por otro lado, nosotras, al ser monjas de clausura, no podíamos salir a buscar testimonios... ha sido el Señor el que los ha ido trayendo al locutorio sin nosotras buscarlos. Y nuestro sacerdote iba acompañando cada uno de nuestros pasos... Como ves, bendición tras bendición, ¡hasta nos ha regalado un CD de música!

-¿ El libro lleva un cedé?
- Sí, con siete canciones. Nosotras hemos escrito las letras y unos amigos, reteros de Toledo, han puesto la música y se han encargado de grabarlo. Es más, cuando ya estábamos a mitad del proyecto, nos regaló conocer a Jorge, un retero de Bilbao, que, unos meses antes, le había pedido al Señor poder hacer un trabajo para Él. Jorge es publicista y se ha encargado de hacer el diseño de la portada, del CD... ¡y hasta de los carteles de las presentaciones!

- ¿Presentaciones? ¿Dónde, cuándo? - Sinceramente, cuando entregué el libro al editor, para que empezaran a imprimirlo, pensé que esta aventura ya había terminado, ¡pero es evidente que no!
Muchos amigos, que nos han acompañado con su oración desde el principio, nos empezaron a pedir que organizásemos presentaciones en sus ciudades. Por ahora habrá dos presentaciones en Madrid, una en Valencia, otra en Burgos, otra en Toledo...

- ¿Y allí firmaréis los libros?- Bueno, digamos que son unas presentaciones un poco especiales. En primer lugar, nosotras somos monjas de clausura por lo que no iremos a las presentaciones; si no que, desde nuestro monasterio, oraremos por quienes participen en ellas. Y, si decimos que el verdadero autor es Cristo, la mejor presentación de este libro sólo podía ser... ¡una adoración! Ése es realmente nuestro objetivo: llevar a la gente a Cristo. Él es quien da el don del perdón, es a Él a quien queremos que miren... porque Cristo nunca defrauda. Él es quien da el perdón total. Nuestra misión es llevar a la gente a ponerse delante de Jesucristo. Lo demás lo hace Él.

Monday, May 29, 2017

Los secretos inconfesables... y la confesión. "¿Éramos más felices cuando había colas ante los confesionarios o ahora?" por Isabel Gómez Acebo

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define secreto, en su primera acepción, como "cosa que cuidadosamente se tiene reservada" y me ha resultado interesante un estudio, que hacen profesores de la universidad de Columbia, sobre los secretos que tienen las personas y la manera por la que afectan a su psique. El artículo en el que publican sus ensayos aparece en la revista Journal of Personality and Social Psychology y está firmado por los profesores Slepian, Chun y Mason.

En este trabajo demuestran que las personas guardan secretos en todos los aspectos de la vida, incluso cuando no están acompañadas pues afirman que "el secretismo es algo que puede darse a solas en un cuarto" ya que al generar frecuentes imágenes pueden dañar al bienestar pues nuestros pensamientos, se estima, abarcan un tercio de nuestra vida alerta. De aquí, que los estudios sobre la depresión sugieren que el pensamiento negativo y repetitivo produce estados depresivos mientras que la imaginación, si es positiva, genera sentimientos de bienestar. Pero además los secretos que guardamos nos hacen considerarnos no auténticos al no estar revelando situaciones o cosas sobre nuestras vidas que cambiarían el concepto que los demás tienen sobre nosotros.

Para realizar el estudio buscaron a participantes por Internet y, vis a vis, mediante encuentros que se realizaban en el Central Park de Nueva York. Dividieron los secretos en 38 categorías, las que consideraron más comunes: drogadicción, robo, aborto, mentiras, pensamientos de infidelidad, infidelidad sexual, haber hecho daño, deslealtad... Y les preguntaron a los voluntarios participantes si mantenían algún secreto, si les dedicaban frecuentes pensamientos y si consideraban que habían afectado a su bienestar.

Una amplia mayoría confesó que tenía alguno de los secretos (13 fue la cifra) mencionados en las categorías y sólo un 2% negó tener alguno. Los que se veían afectados consideraban que les pesaban en sus conciencias ya que estaban proyectando una imagen no auténtica de sus personas.

Me preguntarán, y con razón, los motivos que me llevan a ofrecer los resultados de este artículo, tan profesional, a los lectores pero creo que existe una conexión con la confesión católica. Con frecuencia revelar un secreto descarga la conciencia pero no siempre tenemos a mano a la persona en la que confiar, no estamos seguros de que mantendrá su boca sellada y no nos delatará. Los judíos descargaban sus culpas sobre un carnero, el chivo expiatorio, que el Sumo Sacerdote despeñaba por un precipicio.

Los católicos hemos colocado mucho peso sobre nuestras culpas, creo que demasiado pues la historia de la cristiandad ha producido algunas conciencias torturadas, pero teníamos a mano los confesionarios para descargarnos, una labor que en un mundo secular llevan a cabo los psicólogos que nos cobran por unos servicios que los sacerdotes suministran gratis et amorem ¿Éramos más felices cuando había colas ante los confesionarios o ahora? Cada uno dará su respuesta.

Sunday, February 19, 2017

Dios perdona CON CONDICIONES, por el P. Jorge González Guadalix

Hace no mucho hablaba un servidor con los niños sobre el pecado, la reconciliación y las condiciones para el perdón. Les ponía un ejemplo claro que puede suceder perfectamente en casa. Los niños que se ponen a jugar con el balón dentro de casa. Que no, que eso no, y los críos que siguen… hasta que, como era de esperar, el balón toma vida propia y decide hacer añicos un cristal de la vitrina y parte de su contenido.

¿Qué pasa a partir de ahora? Uf, respondieron los críos. Que te la has cargado… ¿Papá y mamá perdonan? Sí, pero te la has cargado…

Imaginaos, les digo, que tras romper el cristal decís a papá y mamá que os da igual y que pensáis seguir jugando al balón en casa. ¿Así os van a perdonar? Entonces sí que te la cargas…

Los niños lo tienen claro: has hecho una cosa mal, toca castigo y si quieres perdón, arrepentimiento y propósito de la enmienda. Los normal. LO NORMAL.

Pues aquí tenemos cada día más pseudo teólogos, algunos de alto nivel, empeñados en que Dios perdona siempre sin condiciones. Bárbara barbaridad.

De siempre, para hacer una buena confesión y acceder de forma adecuada al sacramento de la reconciliación, se nos han enseñado cinco cosas necesarias.

Empezaba el asunto por el examen de conciencia, es decir, por reconocer que hay cosas que se hacen contrariamente al designio de Dios. Seguía aquello del dolor de los pecados, ese sentimiento por haber hecho las cosas mal, tras el cual venía el propósito de la enmienda, porque no tiene sentido pedir perdón si vas a seguir jugando al fútbol en el salón de casa. Ya saben cómo seguía la cosa: decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia (el castigo, que dicen los niños).

No me digan por qué hay gente empeñada en lograr la cuadratura del círculo. Vamos, que uno puede hacer lo que quiera porque Dios perdona sin condiciones, por tanto, ni arrepentimiento, ni propósito de la enmienda ni nada. Eres adúltero, pero Dios te ama y te acepta así y te perdona porque es bueno, aunque sigas con tu triste vida de pecado. Eres defraudador, pero Dios te perdona sin que tengas que arrepentirte y sobre todo sin que sea necesario devolver lo defraudado, amén de seguir con las mismas trapisondas. Este otro es mentiroso, calumniador y difama más que habla. Pero como Dios perdona siempre…

Presentar el perdón de Dios sin conversión, porque conversión es arrepentimiento, penitencia y cambio de vida, es fraude al pueblo cristiano se pongan como se pongan, porque so capa de misericordia y comprensión eso lo único que hace es dar razones para perpetuarse en el pecado, justificar el alejamiento de Dios y ocultar el camino de la conversión y de la gracia.

Servidor, tiene por costumbre, sobre todo confesando niños, explicar que el perdón de Dios solo es posible si se dan dos condiciones: el arrepentimiento y el propósito de la enmienda, que para ello ahí tenemos nuestro esfuerzo y la ayuda de la gracia. Pues se lo aviso, a niños y a grandes: uno es partidario del plan antiguo y de las cinco condiciones para una buena confesión.

Lo de Dios perdona sin condiciones suena bien, pero es una frase que tiene más peligro que un mono con dos pistolas, porque es la frase justa para eliminar la necesidad de conversión y justificar y comprender el vivir en el pecado.

Jamás dijo Cristo eso. Lo que dijo es convertíos… Pues nada. Es inútil. Y todo por congraciarse con el mundo.